05.11.2025, Por Stephan Schwab
La gestión a menudo trata el desarrollo de software como una línea de ensamblaje—imponiendo marcos de proceso como Scrum, SAFe u OKRs en busca de predictibilidad y output repetible. Pero el software es fundamentalmente diferente: es descubrimiento, traducción y aprendizaje continuo envuelto en código. Este artículo desafía la fantasía manufacturera, argumentando que la verdadera excelencia emerge de equipos "raw dogging"—grupos pequeños y capacitados que confían en confianza, automatización y retroalimentación directa en lugar de ceremonias ritualizadas. Cuando las organizaciones confunden ritmo con resultados, la innovación muere silenciosamente en nombre de la consistencia. El futuro pertenece a equipos que entregan, aprenden y evolucionan sin esperar permiso de un marco.
Existe una mitología persistente en círculos de gestión: La idea de que el desarrollo de software puede domesticarse con proceso, que la predictibilidad aparece si imponemos la estructura correcta — Scrum, SAFe, OKR, TSOD, Lean, cualquier acrónimo de moda esta década.
Es la fantasía manufacturera: el software como línea de ensamblaje y los desarrolladores como operarios que encajan piezas predefinidas. El objetivo: “output repetible”. La métrica: “velocidad”. El resultado: Mediocridad — en el mejor caso.
Cada método heredado de la fabricación asume un mundo donde el trabajo es conocido. Se puede medir, planificar, repetir.
El software es lo contrario. Es descubrimiento, traducción y aprendizaje continuo envuelto en código. El trabajo es desconocido — y fingir lo contrario sólo hace invisible lo desconocido.
Cuando la dirección confunde creación de software con montaje, optimiza lo incorrecto. Empieza a vigilar el ritmo en lugar del resultado. El equipo deja de pensar y empieza a obedecer.
Ahí muere la innovación — en silencio, bajo la bandera de la “consistencia”.
Un equipo “Raw Dogging” no necesita el permiso de un framework para pensar. No se esconde detrás de diagramas de proceso. Asume la responsabilidad — completa. Observa el problema real, habla con usuarios reales y entrega algo que funciona — hoy, no dentro de una ventana de lanzamiento de 3 meses.
No se apoya en rituales; se apoya en confianza, habilidad y feedback.
No necesita un “consultor de método” cronometrando movimientos. Usa herramientas, automatización y código como extensión de su inteligencia — no como teatro burocrático.
Hace pairing, prueba, rompe cosas, las arregla y aprende más rápido que cualquier equipo encadenado a un método.
Cuando gente competente trabaja en bruto, el flujo emerge de forma natural:
No necesitas un “daily standup” para hablar con tu equipo. Hablas. No necesitas una “retro” para aprender. Aprendes todo el tiempo. No necesitas una “definition of done”. Sabes que está hecho porque corre, pasa tests y los usuarios sonríen.
Eso no es caos. Es maestría.
Lo que mantiene a las organizaciones aferradas a frameworks estilo fábrica no es ignorancia — es miedo. Miedo a perder control. Miedo a la responsabilidad. Miedo a admitir que el trabajo real de software no puede predecirse, solo navegarse.
Así que en vez de confiar en quienes construyen de verdad, se instalan capas de proceso para sentirse seguros. Irónicamente, esas capas ralentizan todo — y amplifican justo el riesgo que se teme.
Si alguna vez viste a una experta o experto depurar un incidente de producción a las 3 a.m., sabes cómo luce el flujo real. No hay guía de proceso para ese momento. Ninguna tarjeta ni issue de Jira ayuda. Sólo foco puro, creatividad y trabajo en equipo.
Esa es la esencia del desarrollo de software — la fusión de lógica e intuición al servicio de resolver algo real.
Por eso un equipo “Raw Dogging” — pequeño, agudo, autoorganizado — siempre supera a una fábrica metodizada y dirigida por consultores. Porque donde otros siguen reglas, ellos siguen la verdad.
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